Época:
Inicio: Año 1801
Fin: Año 1801

Antecedente:
La batalla de Copenhague



Comentario

Esa noche se celebró un Consejo de Guerra. Nelson, de común acuerdo con sus capitanes, estaba decidido a atacar y le pidió la cesión de diez navíos de línea a Hyde Parker, quien añadió otros dos buques de cincuenta cañones, y varios barcos menores. Durante la noche, Nelson recorrió en un bote el Paso de los Holandeses e ideó un plan de ataque: no atacaría el Paso del Rey por el Norte, pues no quería exponerse abiertamente al fuego de los 88 cañones del fuerte de Crown; juzgó más conveniente seguir hacia el Sur por el complicado Paso de los Holandeses, llegar hasta el extremo del banco Middle Ground, y entrar a la rada por el Sur, la zona menos protegida. En consecuencia, los británicos dedicaron los días 31 de marzo y 1 de abril a sondear el banco, medir distancias, tomar nota de la situación de los buques enemigos y descubrir un buen fondeadero.
En la noche del 1 de abril, Nelson se situó junto a la entrada Sur, dejando a Parker fondeado con once buques frente a la entrada Norte; sus fuerzas se componían de diez barcos de línea de setenta y cuatro cañones, dos de cincuenta, cinco fragatas, siete bombardas y dos corbetas. Además, contaba con una fuerza de seiscientos soldados del 48° Regimiento, embarcados en botes planos que podrían asaltar las baterías. Su propósito era esperar allí hasta que el viento rolara de nuevo a Sur o Sureste, de manera que impulsara sus velas hacia el Norte, a lo largo de la línea danesa.

Conocedor de la potencia de cada uno de los navíos enemigos, aquella noche reunió a sus capitanes en una cena y les explicó el plan de ataque. Allí estaban sus viejos amigos Foley, Thompson, Hardy, Freemantle... veteranos de las campañas del Mediterráneo, de Tenerife o de Abukir. Otro oficial presente era William Bligh, el comandante de la Bounty, el del motín. El segundo de Nelson era Thomas Graves y el capitán Riou, que dirigiría dos fragatas, dos corbetas y dos bombardas, operaría de forma independiente, con la misión de atacar las fortalezas y proteger el asalto de la infantería.

Nelson propuso lo que se puede titular como táctica del escalón: los buques británicos debían entrar en el Paso del Rey, entre la flota enemiga y el banco de arena, en línea. Primero, el Edgar, de 74 cañones, dispararía contra los cuatro primeros daneses; al llegar ante el quinto, el Jylland, de 64 piezas, debería fondear y luchar. El segundo británico, Ardent, de 64 cañones, debería cañonear a los cuatro primeros daneses y fondear delante del sexto, la fragata Kronborg, de 22. El tercero, que debía ser el Glatton, de 54, caería sobre el Dannebroge, de 64; y así sucesivamente. De esta forma, los cuatro primeros barcos daneses serían cañoneados al paso por todos los ingleses y, luego, cada buque de éstos quedaría emparejado con otro de similar o menor potencia. Nelson sólo pensaba combatir contra los dieciséis primeros; los nueve restantes quedaban alejados y, al estar acoderados, no podrían auxiliar a sus compañeros; incluso tendrían el viento en contra. Para remachar la destrucción de los cabezas de fila daneses, ante ellos anclarían el Issos y el Agamemnon, de 50 y 64 cañones respectivamente, apoyados por una fragata. Él, por su parte, conduciría su Elephant hasta el buque insignia danés, el Danneborg.

El avance británico debía estar protegido por las bombardas, barcos provistos de un gran mortero instalado en un pozo, en lugar de palo mayor, y que debían machacar los navíos daneses. El Ardent y el Agamemnon, tras lograr sus objetivos, se debían dirigir hacia Trekroner, para apoyar la operación de Riou contra el fuerte.

El plan era, sin duda, arriesgado, pues se esperaba que los daneses combatirían con denuedo, manejando más de 800 cañones, con los que harían, sin duda, mucho daño, pero Nelson sabía transmitir tal confianza en el éxito que arrancó un brindis exultante tras la animada cena. Luego, comenzó el trabajo: el capitán Hardy sondeó cuidadosamente la entrada del Canal en medio de un frío espantoso. Mientras tanto, los capitanes regresaban a sus buques e impartían las órdenes para la mañana siguiente y, en su cabina, Nelson dictaba las últimas instrucciones para sus oficiales.

Amaneció aquel 2 de abril con viento del SE, tal y como quería Nelson, y la flota británica se dispuso a atacar. A las 9'30, el Elephant ordenó el avanzar en sucesión, y el Edgar desplegó su velacho y gavias. Como estaba previsto, sufrió el fuego de los cuatro primeros buques daneses, pero también les castigó lo suyo, anclando ante el Jylland a las 11. Pero a su popa, las cosas no iban tan rodadas: había fondeado de manera que no permitía el paso al que le seguía por la popa, el Glatton, que tuvo que pasar necesariamente entre el danés y su compañero, sufriendo un daño no previsto. El veterano Agamemnon no pudo virar adecuadamente para tomar su puesto en la fila, atrapado entre el viento y la corriente, y se vio forzado a fondear, al tiempo que izaba la señal de "incapacidad", mientras el Bellona y el Russell encallaron en el bajío, por una lamentable confusión de sus pilotos. Esta contrariedad, que reducía a 9 sus buques de línea, no arredró a los ingleses, que disparaban con el ritmo vertiginoso habitual en sus diestras tripulaciones. Los daneses se defendían con brío, y contestaban a las andanadas inglesas sin desmayo.

A las 11'30, la flotilla de Riou se acercaba a la fortaleza Trekroner y las bombardas comenzaron a disparar, entablándose allí un desigual duelo entre los ligeros barcos y los pesados cañones de la fortaleza, cuya metralla impedía la aproximación y la posibilidad de desembarco de la infantería. A mediodía, el cañoneo era general e intensísimo; las nubes de humo eran arrastradas hacia el Norte, impidiéndole Hyde Parker, almirante en jefe, la visión de la batalla, lo que la hacía consumirse de incertidumbre e impotencia: era consciente de que la flota británica estaba sufriendo un fuerte castigo y no podía hacer nada, pues tenía el viento de cara; apreciaba, sin embargo, las señales arboladas en los masteleros de los navíos encallados, que indicaban su estado y supuso que Nelson carecía de fuerzas suficientes para sostener el combate, por lo que, a las 13 horas, mandó arbolar la señal de interrumpir el fuego.

Nelson, en el puente del Elephant, fue informado por el teniente de señales de la orden de Sir Hyde, pero el almirante le espetó al oficial que su deber era estar atento a los mástiles del Danneborg, donde iba a izarse pronto la señal de rendición. Parker, observando que su subordinado no obedecía, subrayó la orden con dos cañonazos. Realmente, Parker ignoraba la verdadera situación de Nelson, que para salir del canal debía cruzar la entrada norte, bajo el fuego de las baterías de Trekroner y Crown, con sus buques ya maltrechos, lo que hubiera destrozado; más aún, hubiera tenido que dejar a merced de los daneses los tres navíos encallados. La mejor opción era, sin duda, aguantar y golpear con mayor furia, por lo que ordenó izar su propia señal: Atacar más de cerca al enemigo.

La tensión de Nelson debió ser terrible en aquellos momentos: movía convulsivamente el muñón de su brazo perdido en Tenerife y decía a sus oficiales: "Estoy ciego de un ojo, por tanto, tengo derecho a no ver". Rodeado por el humo, las nubes de astillas esparcidas por los impactos y los fragmentos de metralla, aún se permitía bromear: enfocaba al buque de Parker con el catalejo colocado sobre su cuenca vacía y exclamaba. "¡Yo no veo ninguna señal! ¡No veo nada!".